domingo, outubro 22, 2006

SOBRE O BIBLIOTECÁRIO


Lucília Maria Sousa Romão

Um rápido olhar sobre a história da escrita e das bibliotecas é capaz de revelar a dimensão do passeio humano pelos caminhos de expressão, da tentativa de guarda e estocagem da memória. Mobilizando barro, cera, papiros, pedra, metal e couro animal, uma trilha de interpretações foi percorrida em suportes diversos, sinalizando a ilusão de que o tempo e o espaço poderiam ficar ali encapsulados. Deriva daí a superfície de um imaginário de suposto prestígio, dessa tarefa de preservar pensamentos para além do tempo de vida de seus atores e protagonistas. O investimento humano na construção desses espaços é determinado por relações sociais, em que os lugares de posse eram reservados a determinados círculos, fechados e dominantes, posto que não eram todos que dispunham de autorização e poder para adentrar o mundo dos livros e dos acervos. A base de sustentação de tais círculos só pode ser compreendida na distribuição desigual de saberes e poderes. Apenas alguns eleitos debruçavam-se sobre os materiais guardados, assim, a marca de pertencimento a determinado grupo ou classe social era a senha para o acesso ao espaço físico e imaginário da leitura. A biblioteca, local já falado no Egito como: "O tesouro dos remédios da alma", não se apresentava aberta aos escravos, plebeus e analfabetos; também não guardava todo e qualquer documento. Algumas obras eram "escolhidas", pelo bibliotecário, para ocupar espaço nas estantes, institucionalizando, assim, a importância delas, ao mesmo tempo em que se excluíam outras obras, tidas como indesejáveis e, assim, merecedoras de um apagamento. Pergunta-se: qual processo político define tal tarefa de selecionar? Como relações sócio-históricas estabelecem esse movimento de dar visibilidade a certos livros e não a outros? O que leva o profissional a identificar o lugar exato dos livros, tratando-os como importantes e merecedores de crédito, prontos a deitarem-se sob estantes das bibliotecas e integrarem acervos, enquanto outros livros são considerados menos valiosos? Tais questões sinalizam o processo sócio-histórico de saberes e poderes, que define o que pode e/ou deve ser guardado; o que merece persistir como vestígios do tempo para as gerações vindouras e quais escritos que devem ser destinados ao lodo do esquecimento. Esse movimento basculante de guardar (e esquecer) livros constitui um exercício reflexivo que vai bem além do trabalho técnico de catalogar, indexar e afixar códigos e organizar acervos, visto que reclama a compreensão o que está nas bordas desse fazer, isto é, a interpretação de processos e não apenas de produtos. Exige também que, além de olhar, ler e conferir o que está escrito nas lombadas dos livros, eles sejam abertos e vasculhados em suas reentrâncias, opacidades e deslimites. Entretanto, o mais recorrente é o esquecimento desses fazeres e o aprisionamento do bibliotecário à tarefa de manter a ordem, resguardar o silêncio, conferir entradas e saídas, domesticar o uso e assumir o lugar de bedel das obras, enfim, um guarda a garantir a guarda do acervo. Há indícios de que, nos últimos vinte anos, vários profissionais têm buscado assumir novos sentidos, deslocando-se dessa posição e enunciando de outra forma, embora tais mudanças ainda sejam tímidas.
Lucília Maria Sousa Romão é professora da USP (Universidade de São Paulo), campus de Ribeirão Preto
(Fonte: Jornal Gazeta de Ribeirão Preto)
Un país a libro abierto, por la magia y el placer de la lectura


Un país a libro abierto formaron ayer más de 1.800.000 chicos, jóvenes y adultos que participaron de la IV Maratón Nacional de Lectura para revalorizar el hábito de leer por placer. Así, por iniciativa de la Fundación Leer, miles de escuelas, plazas, centros culturales, clubes y sociedades de fomento de distintas regiones del país se convirtieron en bibliotecas públicas y rincones de lectura, en los que chicos y grandes compartieron cuentos, dramatizaciones, obras de títeres y campamentos de lectura, entre varias propuestas creativas.
"Hay que leer porque así uno puede llegar a ser ingeniero", comentó Franco Redondo, muy seguro de sí, junto a sus compañeros de 7° grado de la Escuela Julio Le Parc, en el barrio Eva Perón, de Mendoza.
Franco tiene una lanza en la mano y luce un chaleco de goma eva que emula la armadura de Don Quijote, porque en cuanto termine de conversar con LA NACION subirá al escenario para representar el episodio de los molinos de viento cervantinos. Su compañero Emiliano Ormeño, que asumirá el papel de Sancho Panza, acota: "Un libro entretiene más que estar en la calle sin hacer nada".
Rocío Suárez, de 14 años, comentó orgullosa haber leído este año Platero y yo , Mi planta de naranja lima , El principito , Corazonada y varios libros de poesías. "Me gusta leer en la cama antes de dormirme. Lo prefiero antes que ver televisión", señaló Rocío, que cursa séptimo grado.
Su compañera, Cecilia Mogro, niega que leer sea aburrido, mientras que Susana Ibaceta se muestra admirada por El diario de Ana Frank . "Me impresionó esa mujer cómo soportó tanta maldad", aseguró.
La alegría y el entusiasmo se repitió en Córdoba, donde grupos de abuelos narraron historias a los niños, y en Resistencia, Posadas, Jujuy, Santa Fe, Nogoyá, San Juan, San Antonio de Areco y Río Gallegos, entre otras ciudades. En la Base Esperanza de la Antártida, chicos y grandes disfrutaron de un café literario.
En Ushuaia, la fiesta de la lectura se vivió al aire libre, en las escuelas y por la calle. Malvina tiene 10 años y leyó Agustina y cada cosa , de Santiago Kovadloff en el aula de la escuela 15; Santiago, de 9 años, dio vuelta a la última página de Pido Gancho , de Estela Smania, y Lucas recitó en voz alta algunos "chinventos" de Silvia Schujer, en una plaza.
Al ritmo de redoblantes y tambores, los estudiantes de la Escuela Domingo Faustino Sarmiento, las más antigua de Ushuaia, montaron una "batucada literaria" por la calle San Martín, la arteria comercial del centro de la ciudad, y repartieron a los peatones pequeños volantes con títulos de libros y frases de las obras "que más nos llamaron la atención", contó Laura, entusiasmada, enfundada en un guardapolvos blanco.
Campamento de libros
La Escuela Proyecto Sur, de Ezeiza reunió a sus alumnos, desde jardín de infantes hasta sexto grado, en un campamento dedicado a la lectura. Los más grandes llegaron al camping el día anterior y, tras armar sus carpas, prendieron un fogón al atardecer y recibieron la noche leyendo textos de Eduardo Galeano.
Ayer, los docentes convocaron a los chicos alrededor de una gran caja. Allí estaban guardados los libros que los papás habían preparado como regalo para sus hijos. "Me gustó el de Lucas, que es de unos monstruos. El mío es de un príncipe y es aburrido", contó Santiago, de cinco años. Violeta, de la misma edad, se acercó a su compañero y, mientras acomodaba su mochila, dijo: "Mi libro cuenta la historia de un dragón". A pocos metros, Luca, de cinco, sentado en el césped y muy concentrado, pasaba las hojas del atlas de ciencias que había recibido.
Al finalizar la jornada, los alumnos desarmaron el campamento y guardaron sus cosas en las mochilas, pero algunas quedaron perdidas. Entonces, un docente las reunió y ante la mirada atenta de los chicos preguntaba por cada elemento para encontrar a su dueño. Al final, consultó: "¿Hay algún libro perdido?". Y la respuesta de todos fue contundente: "No".
Nueve años de estímulo
Constituida en 1997, la Fundación Leer ( www.leer.org.ar ) es una organización sin fines de lucro, dedicada a incentivar la lectura y promover la alfabetización de niños y jóvenes. Desde su creación viene desarrollando 24 programas en todo el país, que acercaron el libro a más de 500.000 chicos, entre los que se destacan las experiencias "Preparados para la escuela", con la que se busca generar un entorno alfabetizador entre los chicos de 2 a 5 años, y "Paso a paso", dirigido a fortalecer el desempeño escolar. En las anteriores ediciones de la Maratón de Lectura participaron 1.725.000 chicos y jóvenes. (La Nación)